Con un habano apagado permanentemente en la boca, rodeado de un pelotón de editores y agentes de prensa, Umberto Eco hizo su anunciada aparición en la Feria del Libro de Francfort. En esta gigantesca Babel de la industria editorial globalizada, Eco, uno de los primeros académicos en abordar como objeto de estudio los medios masivos y relativizar las profecías apocalípticas acerca de ellos, eligió presentarse, precisamente, ante la TV, en un estudio abierto llamado Blaue Sofa (Sofá Azul), que lo recibió atestado de fotógrafos, camarógrafos y periodistas. Rechoncho y saludable, asume con soltura el papel de personaje mediático, aunque se muestra implacable como una diva madura en la negociación de su exposición pública: "Dijimos que la cara no", advierte al fotógrafo que busca una toma distinta, parecida a un retrato. Y como la lógica televisiva puede ser, también, despiadada, la primera pregunta que tie ne que soportar el caro Umberto tiene sabor a desplante: no le piden que hable sobre sí mismo sino que opine sobre otro, sobre una escritora, sobre Doris Lessing, que acaba de ganar el Premio Nobel de Literatura. Y la respuesta es obvia, nobleza obliga, "creo que se lo merece", aunque podamos dudar del interés de Eco -uno de los primeros lectores europeos de Borges y apasionado de James Joyce- en la literatura de Lessing. El tema que le importa es su nuevo libro, Historia de la fealdad, publicado por Bompiani en una edición de lujo, casi un libro objeto, con gran despliegue de ilustraciones sobre las que se explaya el análisis del semiólogo italiano. Y aquí la desilusión es para el fan de Eco, ya que el escritor confiesa, sin vueltas, que la motivación para escribirlo tuvo origen en una prosaica razón de mercado pues le fue muy bien con Historia de la Belleza. "Y descubrí que la fealdad es un tema mucho más interesante. La belleza no tiene tantas variantes -una persona bella puede ser un poco más alta, más baja, pero no existen grandes diferencias-. En cambio la fealdad se presta a una infinidad de deformaciones; la fenomenología de la fealdad es más amplia que la de la belleza. Fue divertido escribir sobre la fealdad y me distrajeron menos los deseos sexuales que cuando escribí la Historia de la Belleza."Simpático y mundano, hábil para divertir a su audiencia, Eco abunda en ejemplos poco académicos. "¿Por qué cambia el concepto de belleza a lo largo del tiempo? Y, es difícil de explicar, pero ¿a usted no le gustaría acostarse con una mujer como las de Rubens?" (risas en abundancia) "No es anoréxica", exclama mostrando una gordita pintada por Botero. Y ante una imagen ambigua, entre la belleza y la fealdad, reflexiona sobre una "misteriosa cualidad", el encanto (charme), difícil de aprehender y definir. "¿Barbra Streisand es linda o fea? -pregunta Eco-. Es cuestión de encanto. Y no siempre la belleza resulta encantadora: he conocido mujeres bellas con las que no hubiera querido tener un affaire, no son 'il mío tipo'. Ese territorio fronterizo es el más interesante para el análisis: esos casos que se encuentran en la frontera entre la belleza y la fealdad." Y en ese punto, señala la diferencia entre el referente y su representación. "Para mostrar lo difícil que es juzgar la belleza en otros países y en otros momentos históricos propongo reflexionar acerca de una mujer pintada por Picasso al modo cubista: mi abuelo la hubiera considerado fea, nosotros no sabemos si la modelo habrá sido linda o fea, pero la consideramos una bella representación."Ante una fotografía de una anciana flaca y desnuda también hace la distinción: "Es la representación del artista lo que la hace fea. Vestida sería bella, como Virginia Woolf quizá." En esa zona ambigua coloca fenómenos de la estética de los jóvenes, como el piercing, que compara con imágenes de El Bosco: "No creo que los jóvenes quieran mostrarse feos, se ven a ellos mismos atractivos con el piercing."Por otra parte, hay formas de la fealdad que a veces causan placer. Lo cómico se basa en lo feo; hay una fealdad que excita, por eso es tan compleja e interesante la fenomenología de la fealdad. ¿Acaso no iban los romanos al Coliseo a ver cómo los leones despedazaban personas? ¿O no hay un público para las películas en las que corre sangre y los cerebros vuelan por el aire?", se preguntó el escritor antes de que se apagaran las cámaras y lo rodearan los libros a autografiar. Y no importa qué libro, puede ser una de sus novelas anteriores, un libro de Shakespeare o una agenda personal; cualquier papel con tal de tener la verdadera rúbrica de uno de los últimos divos que las letras supieron conseguir.
(FUENTE: Diario Clarín, edición del 12/10)