martes, 24 de julio de 2007

Por qué estudiar heráldica si somos psicoanalistas?


El psicoanalista lector.
Acerca de “Una historia simbólica de la Edad Media occidental”.
Michel Pastoureau, Ed. Katz, Buenos Aires, 2006.

por Pablo Peusner


“Pues el psicoanálisis implica por supuesto lo real del cuerpo y de lo imaginario de su esquema mental. Pero para reconocer el alcance en la perspectiva que se autoriza en él por el desarrollo, hay que darse cuenta primero de que las integraciones más o menos parcelarias que parecen constituir su ordenación, funcionan allí ante todo como los elementos de una heráldica, de un blasón del cuerpo. Como se confirma por el uso que se hace de ellas para leer los dibujos infantiles.” (1)


Los psicoanalistas lacanianos que no retrocedemos ante los niños solemos detenernos largamente a estudiar los dibujos de nuestros jóvenes pacientes. Sin embargo las indicaciones “lacanianas” para abordarlos son escasas y, por lo tanto, es frecuente que nos tentemos con echar mano del corpus teórico de la psicología; allí la teoría proyectiva o el simbolismo clásico, acompañan el naufragio de las interpretaciones. Entonces... ¿por qué no tomar en serio la indicación lacaniana de considerar que los componentes de los dibujos infantiles funcionan al modo de los elementos de una heráldica?
Claro que tomar en serio una afirmación tal exigiría un recorrido por el modo de funcionamiento de la heráldica ¾tarea algo lejana al espíritu de la época considerando que la lógica del blasón surge en los albores del siglo XIII. Sin embargo la indicación de Lacan es tan precisa que cuesta obviarla ante la suposición de su valor. Durante años intenté alcanzar esa lógica con los escasísimos manuales de heráldica disponibles, conformándome con la idea de que la heráldica constituía un “orden cerrado” (con algunas leyes bastante estrictas, básicamente en lo referente al color y emplazamiento de las figuras) compuesto por “elementos diferenciales últimos” (difíciles de establecer debido a que la posibilidad de elegir figuras resulta prácticamente infinita).
Sin embargo, la dificultad de captar el contexto histórico y las particularidades de la llamada “mentalidad del hombre medieval”, hacían muy difícil acceder a la comprensión de la estructuración de la lógica del blasón. Entonces, casi por casualidad, di con el libro de Pastoureau. Se trata de un historiador, archivista y paleógrafo que actualmente dirige la cátedra de Historia de la Simbólica Occidental en la École Pratique des Hautes Études. Un hombre sin dificultades para convertir la erudición en un relato maravilloso, aunque sin bastardear los problemas propios de una disciplina; que deja constancia a cada paso de cuestiones irresueltas y que es consciente de la distancia que nos separa de las cadenas simbólicas que organizaban al mundo medieval.
Es así que entrelazado con el relato del juicio a “la cerda de Falaise”, con la historia del juego del ajedrez, con los valores simbólicos de los colores y el estigma de los pelirrojos, aparecen los postulados básicos de la heráldica ¾entre los cuales, uno llama poderosamente la atención al psicoanalista: “... en toda construcción simbólica medieval, el conjunto de relaciones que los distintos elementos establecen entre sí siempre es más rica en significaciones que la suma de la significaciones aisladas que posee cada uno de aquellos elementos.” (2)
Ahora bien, Pastoureau nos enseña un mundo en el que el blasón es opositivo y diferencial por excelencia: la madera es noble y el hierro satánico, lo que se desplaza a quienes ejercen el arte de trabajarlos (según la Biblia Jesús es “artesano”, algo que la mentalidad medieval convirtió en “carpintero”). Oficios que no exigen la transformación de la materia se oponen a aquéllos que sí la transforman, puesto que mezclar, remover, fusionar y amalgamar son operaciones infernales ¾costo que paga el tintorero, cuya principal función no es la de limpiar, sino la de preparar los colores para teñir las telas. El hacha se opone a la sierra, el tilo al nogal, el leopardo al águila y la flor de lis a la rosa. Capítulo aparte merecen los sistemas de combinación de colores, sistema limitado a una cantidad de colores determinada (son seis: blanco, amarillo, rojo, azul, negro y verde ¾dejando constancia de la imposibilidad de captar matices como serían el naranja, el gris o el celeste). Tales tonos no pueden combinarse libremente, sino que el sistema del blasón exige combinaciones específicas. Y, anudado a tales binarios, reaparece la lógica de la creación de los escudos de armas (algo accesible a cualquier ciudadano, incluso campesino y no reservado a la nobleza como por lo común se supone) y su posterior transformación en banderas y pendones. Finalmente, la permanencia en nuestros días de los efectos de la saga del Rey Arturo y el éxito de Ivanhoe, le sirven de excusa al autor para ejercer su capacidad de análisis y exégesis documental.
Luego del recorrido uno siente que ha tenido un encuentro, encuentro del que ha salido profundamente transformado.
Y si nuestro “asunto” consistía en hallar una vía de acceso a los dibujos de los niños, y si dicha vía ¾siguiendo la sugerencia de Lacan¾ resultaba cercana a la heráldica, uno siente que el acercamiento ha sido posible. Y que quizá sin saberlo, Pastoureau y su texto oficiaron de nexo para que desde la frontera móvil diéramos un paso. Es por ello que el libro se encuentra de manera curiosa con una vertiente de la clínica, demostrando una vez más que no hay Sujeto sin Otro y que aún resistimos a estudiar la teoría de la que depende nuestra formación.
Siempre... liber enim librum aperit.































(1)Jacques Lacan. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en “Escritos 2”, Siglo XXI Editores, 1984, pág. 783. [las itálicas son mías].
(2)Pastoureau, Michel. op.cit. pág. 23