(Traducción de Pablo Peusner ).
Se trata de intentar responder a la siguiente pregunta: ¿De dónde pudo extraer Lacan S.I.R., tal como lo produce en una conferencia presentada a la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, el 8 de julio de 1953?
En principio, he aquí brevemente cómo llegué a esta pregunta. Me encontraba comprometido en un trabajo de reflexión sobre el ejercicio lacaniano del psicoanálisis, más precisamente, sobre el problema de las sesiones cortas o de las sesiones de duración variable (lo que no quiere decir exactamente lo mismo.) Este trabajo, por otra parte, había sido el tema de una exposición, en el mes de marzo pasado, en Estrasburgo, con ocasión de un coloquio titulado “Traducir, Interpretar, Transmitir”.
Lo que justifica este recuerdo es la recurrencia, subrayada más de una vez aquí, del motivo que liga, en ocasiones de forma manifiesta, al progreso doctrinal con el reconocimiento de una dificultad aparecida en el ejercicio del psicoanálisis.
Las complicaciones de Lacan en lo concerniente al modo de su práctica se remontan a los años cincuenta. Y en la Sociedad Psicoanalítica de París, tuvo dos o tres veces la ocasión de discutir su posición con sus colegas, más precisamente ante la instancia de selección de los analistas llamada Comisión de Enseñanza. En cada ocasión Lacan había dicho que se sometería a los standards del análisis vigentes en la época. Pero, creo que aquello en lo que se sostenía su trabajo desde sus inicios y su enseñanza desde el año 1951, tanto como lo que él era, Lacan, le hacían imposible la obediencia a las disposiciones de la Comisión de Enseñanza. Lacan simuló su sometimiento a ellas. Y luego, sabemos bien lo que ocurrió. En junio de 1953, y por otros analistas que Lacan, se fundó la Sociedad Francesa de Psicoanálisis, y el 8 de julio de 1953 Lacan pronuncia su famosa conferencia. Actualmente[2] circulan de ella transcripciones cuya calidad dejan mucho que desear.
Las condiciones en las que tuvo lugar no podían darle sino el carácter de una declaración de política doctrinal. Porque no se trataba en modo alguno de exponer los resultados de una investigación personal, sino más bien de comprometer a los analistas de la nueva Sociedad a trabajar desde ese momento en un cierto sentido. Lo que resulta sorprendente, es el grado de sofisticación con el que Lacan introduce lo que llama los tres registros esenciales de la realidad humana. Y esto no es nada. Digo “sofisticación” porque la formalización está llevada allí hasta un punto que permite el cálculo y que parece anticipar sensiblemente lo que Lacan producirá a continuación, es decir el Informe de Roma -que debe estar preparando para septiembre- y el seminario que comenzará con el año lectivo.
Desde que me topé con esta conferencia de julio de 1953, se me presentó como un trueno en un día soleado -según la expresión consagrada- y dicha impresión me acompañó hasta una época muy reciente. Por otra parte, me pregunté si Lacan no había cedido en ella a algo que podría llamarse la pendiente del cálculo, o sea si no había puesto a prueba, digamos, un modo matematizante [3] del progreso doctrinal que consiste en introducir una formalización y en permitirse hacerse el desentendido de ella. Es por lo que no resistiré en este momento, a la tentación de proponer sobre el tema una aproximación novedosa.
Se plantea, entonces, esos tres registros de la realidad humana: R.S.I (fig. 1) Prefiero emplear una formulación más a la medida de nuestra experiencia, y decir que se trata del marco o de las coordenadas de la experiencia psicoanalítica, a partir de las cuales Lacan va a elaborar y calcular un grafo: el de un análisis, de inicio a fin. Se señalará al pasar la geometría de este esquema: la disposición de S.I.R. evoca seguramente la disposición más habitual de esos tres redondeles de cuerda que Lacan introducirá veinte años más tarde. Entonces, se parte de lo real en dirección hacia lo simbólico -sea “rS” o realizar el símbolo (y no lo simbólico)-. El segundo tiempo va de R hacia I, o sea “rI” o realizar lo imaginario. Y el tercer tiempo, es “iI” o imaginar lo imaginario. Y esto vuelve a empezar de I hacia R para reproducir exactamente la misma figura, la misma sucesión de los tres tiempos.
Sea “iR” imaginar lo real, “iS” imaginar el símbolo, y “sS” simbolizar el símbolo. Como se puede observar, resulta bastante sencillo entrar en esta mecánica.
Finalmente, tercera serie de tres tiempos: “sI”, simbolizar lo imaginario, “sR” simbolizar lo real, y “rR” realizar lo real, novena etapa del análisis. Es allí que se reencuentra “rS”, realizar el símbolo, décima etapa del análisis, idéntica a la primera y punto de partida de un nuevo ciclo. Al cabo de un cierto número de vueltas, se encuentra el fin del análisis. Dejo de lado la significación precisa de cada uno de esos pares de letras. Haciendo hincapié ahí se encontraría que esta conferencia es a la continuación de la enseñanza de Lacan, un poco lo que el “Proyecto” es a la obra de Freud.
Como se puede constatar, hablando propiamente, nada permite distinguir aquí el fin de un ciclo del inicio del siguiente. El término que marca el fin del análisis es “rS”, pero nada permite decir al cabo de cuántas vueltas. Si se admite que le será necesario a Lacan, concretamente, la introducción del objeto a y todo el trabajo de los años 66 a 70 para producir una doctrina consistente del fin de análisis, se verá en esta particularidad del esquema de 1953 la confirmación del hecho de que Lacan no tenía en dicho momento otra doctrina del fin de análisis que la que evocará en el Informe de Roma, sobre el modelo hegeliano del fin de la Historia. En todos los casos es evidente que, en este esquema, cada etapa del análisis se inserta en una serie de tres, y que a su turno, cada serie forma parte de un conjunto de tres. Pero el motivo de una dialéctica de tres tiempos, de los que el último constituye respecto a los anteriores una Aufhebung, podría encontrarse incluso operando en otros recortes de este conjunto.
La pregunta que se plantea entonces, es la de saber si se puede concluir de la dialéctica a la estructura. Imagino que para un hegeliano no habría lugar a dudas sobre esto. Pero en el campo de la experiencia psicoanalítica... ¿puede darse ese paso? Y de todas maneras, si el “rS” sobre el que se termina efectivamente el análisis no fuera exactamente el mismo que aquél del inicio no se trataría de una circularidad real -en el sentido, por ejemplo, en el que Lacan afirmaba que lo real es lo que vuelve siempre al mismo lugar- aunque ocurra en una experiencia de discurso en la que todo no es -y está lejos de serlo- calculable, previsible, soluble.
Cabe señalar también que el reconocimiento de una dialéctica en la cura no es novedoso en Lacan y se pensará en este punto en la metáfora no explicitada de “El tiempo lógico...” (1945) -al que por otra parte se refiere explícitamente en 1953- y en la “Intervención sobre la transferencia” (1951).
La discusión que sigue a la conferencia resulta de pleno interés. Jean Allouch ha tenido ya la ocasión de decir lo esencial sobre ella, recordando que la introducción de S.I.R. tiene por contexto la declinación de la metapsicología y se propone como una salida a la crisis de los fundamentos. Tres asistentes intervendrán de manera especialmente pertinente. Serge Leclaire es quien en principio interpela a Lacan: este ha anunciado tres categorías, pero no ha dicho gran cosa acerca de lo real. ¿Qué es lo real? Siguen luego Wladimir Granoff y, particularmente, Didier Anzieu quien parece captar mejor el alcance subversivo de esta conferencia.
Lacan no responde claramente a la pregunta de Leclaire. Dice que lo real es la totalidad, o bien aquello que se nos escapa. En el contexto en que produce el término, se puede pensar que lo real es la estructura, o incluso el deseo del sujeto. Pero dejemos esto, porque de lo que se trata es de determinar cómo Lacan inventó su ternario. Y bien, Lacan lo dice claramente en su conferencia: lo ha encontrado en Freud, más precisamente en los “Cinco psicoanálisis”. Esto no resulta tan simple: en efecto, Lacan ha encontrado en Freud respuestas que estaban a la altura de sus preguntas aunque, por otra parte, es cierto que su inspiración no es exclusivamente freudiana.
* *
Pasaré a continuación a otra parte de esta exposición, la que podría titularse la polifonía del discurso lacaniano.
El 10 de abril de 1931 Aimée intenta apuñalar a Madame Z. Durante un año y medio, Lacan la verá casi diariamente. El 7 de septiembre de 1932, termina su tesis sobre la psicosis paranoica. Se puede considerar que allí se conjugan un cierto número de influencias que son, enumerándolas sumariamente, la enseñanza de Clérambault, el hábito de una cierta psiquiatría dinámica y la lectura de Freud. ¿Cuándo comenzó Lacan a leer a Freud? O más bien: ¿Cuándo esta lectura comenzó a contar realmente en su trabajo? Obviamente, no se puede responder a tales preguntas. En esas condiciones, he decidido no hacer intervenir cada línea melódica (cf. Figura 2) sino a partir del momento en que cada una de ellas aparecen con su nombre en las publicaciones del Lacan.
He aquí, entonces, una primera línea melódica titulada Aimée, luego una segunda, que lleva el nombre de Freud y que se inicia en 1932, año de la publicación de la tesis de Lacan y año de la traducción por Lacan de un texto de Freud. “Acerca de ciertos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad”. Por otra parte, siempre en 1932, Lacan inicia un análisis con Lowenstein. Las relaciones se degradan rápidamente entre ambos hombres. Una viva rivalidad se instaura entre ellos y el análisis se termina en 1936. Y si Lowenstein no le ha enseñado gran cosa a Lacan en lo referente a lo que le convenía hacer como analista, ciertamente le enseñó mucho acerca de lo que no convenía hacer, como lo testimonian los perdurables ataques de Lacan contra la psicología del Yo. Lowenstein le servirá a Lacan durante mucho tiempo como una referencia antagónica. He aquí una tercera línea melódica.
De 1933 a 1938, Alexandre Koyève -cuarta línea melódica- dicta su curso de introducción a la lectura de Hegel, en la Ècole Pratique des Hautes Etudes.
La quinta línea pertenece a Wallon. Sabemos hoy que Lacan y Wallon se encontraron entre 1928 y 1932. Su libro “Los orígenes del carácter en el niño” fue publicado por primera vez en 1934. La segunda parte de su libro, que es la que nos interesa aquí, reproduce un estudio que había aparecido en el Journal of Psychology de noviembre-diciembre de 1931. La misma fue extraída, como la primera y la tercera, de una serie de cursos dictado en La Sorbonne entre 1929 y 1931. Pero para construir mi esquema, parto siempre de lo que aparece en las publicaciones de Lacan, entonces aquí, parto de 1936, año del Congreso de Marienbad en el que expuso su estadio del espejo. No queda rastro alguno de su intervención. Sin embargo, en 1938, Lacan escribe a pedido de Wallon un artículo para la Enciclopedia Francesa, a ser incluido en el capítulo titulado “La Familia”. El texto ha sido reeditado recientemente por Navarin bajo el título de “Los complejos familiares” y Lacan nos asegura (en su “Acerca de la causalidad psíquica”) que lo esencial de su intervención de Marienbad se encuentra allí. Curiosamente, Lacan cita a Darwin y Bühler, pero no a Wallon. Y cuando más tarde lo citará (dos veces en los Escritos) jamás será en conexión directa con el estadio del espejo.
Es cierto que, hablando propiamente, el estadio del espejo no existe en la obra de Wallon. Sin embargo, el capítulo IV de su libro de 1934 se titula “El cuerpo propio y su imagen exteroceptiva” y la tercera parte de este capítulo lleva por título “El niño ante su propia imagen especular, simbolismo progresivo de las imágenes y su relación con lo real”.
Efectivamente, la nominación para aquello que hoy podríamos llamar el Otro real de la imagen especular no tiene, ni en Darwin ni en Wallon, función en su reconocimiento por el niño. El espejo no es para él sino un “artificio”. Según Wallon, la imagen especular y el Yo -que debe unificarse e identificarse al cuerpo propio- se oponen como un espacio imaginario y un espacio real; correspondiendo uno de ellos al dominio de la sensibilidad exteroceptiva y el otro al dominio de la sensibilidad propioceptiva. Luego, cesando poco a poco de existir por sí misma, la imagen del espejo deviene “puramente simbólica”. Esta mutación simbólica de la imagen especular supone la intervención de un tercer espacio, “más abstracto”, que “sobrepasa” los dos espacios precedentes y depende del desarrollo de una “función simbólica”.
En suma, en Wallon -y para forzar, por la formulación, la aproximación con Lacan- lo real es la sensibilidad propioceptiva, el cuerpo propio y finalmente el Yo; lo imaginario es la sensibilidad exteroceptiva, la imagen especular en tanto que ella parece para el niño dotada de una existencia independiente; y finalmente lo simbólico, es la función gracias a la que se establece una relación fija entre lo real del cuerpo propio o del Yo y la imagen especular. Para Wallon, el Yo no se unifica en la apropiación alienante de la imagen especular, sino más bien en el reconocimiento de su carácter ilusorio (la imagen especular no es el otro) y, podría decirse, en su desinvestidura. Finalmente, las palabras “simbólico, imaginario y real” no nombran un sistema de categorías: al contrario, ellas cualifican funciones psico-fisiológicas. Pero la deuda de Lacan con Wallon es innegable, y podemos preguntarnos qué hubiera perdido al reconocerla.
Volvamos al montaje del esquema (Figura 2). Por grosero que sea, es fácil leer allí las voces que se escuchan en el discurso lacaniano. No digo que Kojève y los otros hablen en él (daría por resultado una cacofonía), sino que se reconoce allí la huella de sus enseñanzas.
Durante la guerra Lacan no publica nada. Ya he citado su artículo titulado “El tiempo lógico...”, que data de 1945. En 1946, Lacan pronuncia su “Acerca de la causalidad psíquica”. Lo menciono porque allí cita el nombre de Heidegger en una época en la que raramente los intelectuales se interesaban por su obra. ¿Qué pudo haber encontrado Lacan en él para producir S.I.R.?
Ciertamente, el préstamo que tomó Lacan de la obra de Heidegger es masivo, ya sea desde el punto de vista temático, desde el punto de vista de un cierto manejo de la lengua, desde el punto de vista del arte de la lectura y del comentario de texto, desde el punto de vista de la función atribuida a la palabra, etc. Pero antes de dar mi respuesta a esta pregunta, me dirigí a uno de nuestros amigos de la otra orilla del Rhin, Hermann Lang -a quien los más antiguos formados en la Escuela Freudiana recuerdan sin duda-, hombre que conoce bien y desde hace largo tiempo la obra de Heidegger. Hermann Lang me ha respondido que le parecía absolutamente pensable que Lacan se hubiera inspirado en Heidegger para inventar S.I.R. Así lo imaginario podría reenviar a lo que Heidegger en “Ser y Tiempo” llama das uneigentliche Dasein. En alemán uneigentlich significa “impropio”, entre otros sentidos figurados. Considerando el espectro semántico de esta palabra en francés se podría, no digo traducir, sino comprender das uneigentliche Dasein en el sentido de la envoltura imaginaria del ser. De igual modo, lo simbólico podría reenviar a lo que Heidegger dice en la misma época acerca de la palabra (die Sprache), como siendo lo que pone al hombre en relación (Beziehung) con su ser. En cuanto a ese ser, Heidegger lo tematiza bajo una forma que recordaría a lo real lacaniano de 1953.
No pongo en discusión esta proximidad entre Heidegger y Lacan, pero no estoy de acuerdo con Hermann Lang. En efecto -y he ahí un señalamiento de alcance general- creo que no hay que ceder a la impresión que produce la experiencia que consiste en utilizar S.I.R. como una grilla de lectura de no importa qué texto, incluso en un sentido material más amplio. En efecto, una tal experiencia resulta casi siempre coronada por el éxito, lo que prueba el valor operatorio de una grilla tal, pero lo que no prueba en forma alguna que el texto sometido a un tratamiento tal contenga cierta cosa que funcione como precursor identificable de S.I.R. Y diría que es lo mismo para todas las aplicaciones -en el sentido matemático del término- de la doctrina psicoanalítica en otros campos. No es así que se la pone a prueba, ya sea freudiana, lacaniana u otra. De esa forma no se hace sino medir lo que para algunos es su fecundidad y, para otros, su reduccionismo simplista.
Se pueden aún realizar otros señalamientos a propósito de los préstamos que Lacan tomó de Heidegger. Antes de la guerra, no se encontraban sino raros estudios sobre Heidegger y traducciones de mínimos fragmentos de todo lo que ya había escrito. Es legítimo pensar que Lacan tuvo conocimiento de esto. Por otra parte, sabemos por el mismo testimonio de Lacan que él no hablaba alemán y que cuando se encontró con Heidegger, ambos hombres prácticamente no se dijeron nada. Sin embargo, Lacan leía el alemán, aunque resulta difícil evaluar qué pudo haber leído Lacan en su texto. Todo el mundo conoce la traducción de “Logos” por Lacan, aparecida en el primer número de la revista “La Psychanalyse”, en 1956. Están presentes en ese texto recursos de los que resulta extraño constatar que Lacan no los explotó. Y, a mi entender, la traducción que realizara Lacan de este texto es mala, tanto desde el punto de vista heideggeriano como desde el punto de vista lacaniano, aunque Lacan se haya hecho ayudar por una traductora de oficio. Parece delicado, entonces, decir qué inspiración encontró Lacan en Heidegger para producir S.I.R, y por mi parte, me veo llevado a creer que no le debe nada en lo referente a este tema.
Prosigamos. En 1947, aparece el libro de Claude Lévi-Strauss, “Las estructuras elementales de parentesco”, y en 1949 se publica “La eficacia simbólica”. Habría algunas cosas divertidas para revisar a propósito de este artículo, pero las paso de largo. Por el lado de Lacan, encontramos “El estadio del espejo”, versión Zurich 1949. Se puede ver, verticalmente sobre el esquema, en qué consiste a grosso modo la polifonía del discurso lacaniano en este año 1949. 1951 es el año de “Intervención sobre la transferencia”: allí retomo el corredor freudiano. Es el inicio de la enseñanza de Lacan en la Société Parisienne de Psychanalyse.
Quisiera mencionar aún dos autores de los que resulta difícil decir a partir de cuándo ellos comienzan verdaderamente a contar para Lacan. Se trata de, por una parte, Ferdinand de Saussure, puesto que la primera edición del “Curso de lingüística general” data de 1915 y, por otra parte, de Alexandre Koyré puesto que Lacan no lo cita sino hasta 1953. Los paso de largo para ir más rápido.
¿Ha recibido la pregunta inicial un principio de respuesta?
La existencia de una comunidad de preocupaciones o de formulaciones permanece abierta a todas las interpretaciones, como lo ha mostrado Michel Schneider en su libro “Voleurs de mots” (Gallimard, 1985). Seguramente Kojève le ha brindado algo del punto de vista de lo real. Y pienso en lo que Philippe Julien escribió en su libro acerca del aporte de Alexandre Koyré, citado por primera vez por Lacan sólo en su “Informe de Roma”. La explicación de lo real por lo imposible, seguramente ha inspirado a Lacan, aunque en la conferencia del 8 de julio de 1953, se trata de la vena hegeliana acerca de lo real. En cuanto a Wallon, como se ha visto, está más próximo de Piaget que de Lacan.
Para decirlo aún más claramente, hallar aquí alguna cosa que evoque al imaginario lacaniano, allí otra que evoque su simbólico y, más allá, algo que nos remita a su real, cada vez en oposición con otro término -explícita o implícitamente-, resulta diferente de la articulación de un ternario.
* *
Retomaría ahora la cuestión de saber qué encontró Lacan en Freud respecto de nuestro punto de vista, considerando la respuesta que el mismo Lacan nos ha dado.
El primer apoyo que Lacan encuentra en Freud es la segunda tópica en la que la ternaridad[4] es manifiesta. Como es sabido -aunque es importante recordarlo- Freud escribe “El Yo y el Ello” porque no llega a franquear ciertas dificultades en su práctica. La doctrina psicoanalítica no estaba en aquel entonces a la altura del análisis de las perversiones y de las psicosis. En un texto de la misma época, “Neurosis y psicosis”, lo dice expresamente: el análisis de los psicóticos no funciona y es necesario, entonces, hacer avances con la doctrina.
De todas formas, hay tendencia a pensar que las estructuras ternarias en Freud datan de 1923, porque se imagina que la primera tópica es binaria. Sin embargo, es la posición que toma Lacan, puesto que en los esquemas L y Z la resistencia al discurso del Otro se presenta unificada bajo la forma del “muro de lo imaginario”. No obstante, el texto freudiano es más tajante. Así en “Lo Inconsciente” (1915), Freud se pregunta si la censura que funciona entre el preconsciente y la consciencia no merecería ser distinguida de la que funciona entre el inconsciente y el preconsciente. Finalmente parece descartar esta eventualidad. Sin embargo, creo que no carecería de interés, respecto de la práctica cotidiana, reabrir la pregunta. Seguramente, no hay dudas de la existencia de un binario antes de 1923: están planteados, por ejemplo, los dos principios del funcionamiento psíquico y la dualidad pulsional, con el vértigo monádico que le procura en 1914 la “Introducción del narcisismo”. Aunque, también hay ternarios, como por ejemplo en el caso de la metapsicología -que no resulta ser más lo que era, a pesar de los esfuerzos de Paul-Laurent Assoun-.
Evoqué hace un rato que el gran giro doctrinal de 1923 le fue impuesto a Freud por las dificultades que encontraba en su práctica. Y bien, es la ocasión de recordar también que con “Pegan a un niño” (1919) Freud introduce un ternario en la génesis del fantasma y en la de las perversiones, y allí sin dudar es posible inferir la estructura de la dialéctica. Se lo constata, la ternaridad de la estructura funciona antes de 1923, pero funciona mejor después de 1923. Es posible decir también que Freud es tentado en ocasiones por estructuras de cuatro términos. Pienso en particular en los artículos de los años 23-24 sobre la neurosis y la psicosis o en el problema de los estados de dependencia del yo en “El Yo y el Ello”.
Así las neurosis de transferencia resultarían de una perturbación de las relaciones del Yo y del Ello, las neurosis narcisistas (es decir, prácticamente la melancolía) de una perturbación de las relaciones del Yo y el Super-yo, y las psicosis de una perturbación de las relaciones del Yo y el mundo exterior. Entonces... ¿cuatro términos y tres estructuras psicopatológicas?
Pero en estos textos Freud no mencionó las perversiones. No obstante se sabe que reformuló la cuestión desde 1919. Para él, existen cuatro estructuras psicopatológicas en ese momento. Sin embargo lo que intenta promover junto con la Verdrängung en las neurosis de transferencia, es la Ichspaltung y la Verleugnung. Nuevamente, un ternario. Y finalmente es hacia una tripartición del campo de la patología mental que se orienta el psicoanálisis freudiano a saber: las neurosis, las psicosis y las perversiones.
En suma, hay que constatar finalmente que fuera de la herencia freudiana no se encuentra en ninguna de las referencias de Lacan nada al alcance de la mano que se corresponda con las tres categorías S.I.R.
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Para concluir haré referencia en principio al libro de Elisabeth Roudinesco que acaba de aparecer, el segundo tomo de “La historia del psicoanálisis en Francia”. Me detuve bruscamente, con Christiane Dorner, en la página 298 en la que Elisabeth Roudinesco nos informa hechos del mayor interés. Debo decir que si hubiera yo leído mejor la transcripción de la conferencia del 8 de julio, me habría sorprendido menos. Un analista conocido le confiaba que en su propio análisis la cuestión del padre no había sido convenientemente tratada, a causa de los límites de su propio analista. Por otra parte, este último había “sufrido de su relación con un padre célebre y homosexual”. El interlocutor de Elisabeth Roudinesco había decidido entonces realizar un control con Lacan. Curiosamente, su relación comenzó a la manera de entrevistas preliminares, de suerte que nuestro analista tuvo la ocasión de hablar con Lacan de su problema paternal. En 1950 Lacan le envió, como por azar, un paciente “abandonado por su padre a la edad de cuatro años”, pero el analista en cuestión no llegó a comprender “por qué la cura resultaba invadida de material paterno aunque el padre no existía en la relación”. El analista estaba listo para dejar caer todo cuando Lacan lo invitó a su seminario: allí él hablaba del padre real, del padre simbólico y del padre imaginario. El analista se llama Mustapha Safouan. ¡Qué encadenamiento de coincidencias!
Tomé entonces mi pluma para preguntarle de qué se trataba efectivamente la enseñanza de Lacan, puesto que había yo partido de la idea de que nada permitía prever el giro doctrinal de 1953: Lacan utilizaba, antes de S.I.R., ni aisladamente, ni ocasionalmente una u otra de esas tres categorías; pero... ¿
A partir de ese momento la cuestión se me planteó de una manera totalmente distinta. Se trataba de reencontrar las huellas de la enseñanza de Lacan en esa época y cómo había él introducido su trinidad.
Circulan ciertas notas del seminario de Lacan sobre “El hombre de los lobos”. Las mismas son muy imperfectas aunque emocionantes. En efecto, se percibe que Lacan introdujo su ternario por la vía de un cuestionamiento de la función paterna y es a ese mismo tema que retorna con el nudo borromeo. Véase a modo de ejemplo el seminario titulado “Les non-dupes errent”.
Para finalizar, plantearé la cuestión de saber si S.I.R. es suficiente para fundar un concepto positivo del psicoanálisis. No se trata aquí de responder, sino de esbozar los caminos que se abren como para continuar este breve balizamiento, expresando un sentimiento. Creo que la introducción de S.I.R. es consecutiva -como el giro doctrinal de 1923- de problemas encontrados en el ejercicio del psicoanálisis, y que ella ha conllevado una puesta en orden considerable en el campo de la experiencia psicoanalítica. Pero Lacan no puede avanzar -antes como después de 1953- sino por medio de una operación que Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, reconocidos por Lacan, han analizado bien, aunque sin captar el alcance (cf. El seminario del 20/2/ 73). No insisto. Hablé sobre este asunto en el número 3 de la revista “L’Artichaut”, en un artículo titulado “L’éthique de la bêtise”.
Esta operación consiste, entre otras -en un movimiento de ida y vuelta: de importación-exportación, he dicho en otra parte- en tomar prestado
Dicho de otro modo, no solamente S.I.R. no es evidentemente una axiomática y el psicoanálisis no es una ciencia deductiva, aunque se constate que en 1963 Lacan no contará a la trinidad S.I.R. entre los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Es más, está claro que S.I.R. no colma el vacío dejado por la declinación de la metapsicología, aunque esta arrastre con ella el uso que Freud le daba: a saber, la posibilidad de una descripción completa y fundada epistemológicamente de un proceso psíquico. S.I.R. ofrece un nuevo punto de partida a un psicoanálisis hundido en la fenichelización y “el psicoanálisis de hoy”[5]: no es poco, pero no es todo, y aún menos R.S.I.,... que tampoco es todo.
[1] [“S.I.R: Une ouverture que rien ne laissait prévoir?” Littoral 22, Avril 1987, Erès, Paris].
[2] [abril de 1987]
[3] [mathématisant. Neologismo del autor que apunta a destacar el modo en que la enseñanza de Lacan se esfuerza por transformar en componentes matemáticos ciertos conceptos. Traduzco con otro neologismo, aunque indicando su origen.]
[4] [ternarité. Neologismo utilizado con frecuencia por Lacan.]
[5] [ “La psychanalyse d’aujourd’hui”. También fue el título de una obra colectiva publicada por la PUF, calificada como de una “simplicidad ingenua” en la referencias al escrito de “La Dirección de la cura...”(v. “Escritos 2”, Siglo Veintiuno Editores, Buenos Aires, pág. 623)].