Autora de numerosos trabajos consagrados al movimiviento psicoanalítico francés, Elisabeth Roudinesco construyó su itinerario en el punto de cruce entre la investigación histórica y la pasión literaria. Fiel a la generación filosófica de los años 1960 (Derrida, Deleuze, Lacan... ) ella moviliza a los grandes escritores del pasado al modo de guías para explorar el porvenir, las contradicciones y los no-dichos de nuestras sociedades.
Su nuevo ensayo así los testimonia, el que convoca no sólo a Freud y a Foucault, sino también al Marqués de Sade, Victor Hugo o incluso a Primo Levi para surcar los oscuros territorios de la perversión. O del "discurso" perverso más exactamente, puesto que la perversión aparece sin cesar inseparable, aquí, de una retórica: "Es porque la perversión es deseable, como el crimen, el incesto y la desmesura, que hizo falta designarla no solamente como una transgresión o una anomalía, sino también como un discurso en el que se enunciaría siempre, en el odio de sí y la fascinación por la muerte, la gran maldición del goce ilimitado", escribe Roudinesco.
Considerando a la palabra perversa más allá de sus formas múltiples, como un fenómeno universal y transhistórico, la autora subraya ciertos invariantes: abyección del cuerpo y esclavitud voluntaria, elogio del mal y erotización del odio. Seguramente, tomar un partido tal no tiene sus riesgos, puesto que conduce a reagrupar bajo esta misma categoría de "perversión" a un conjunto de experiencias al menos heterogéneas: ¿qué tienen en común las prácticas sacrificiales de los místicos medievales y los atentados-suicidas de los terroristas islámicos; la ferocidad de un Gilles de Rais -célebre figura del crimen medieval- y el salvajismo de Rudolph Hess -el verdugo de Auschwitz-; el imaginario sexual del Marqués de Sade y las fantasías del zoófilo o del pedófilo contemporáneo?
El recorrido no resulta por esto menos estimulante: se trata de retratar esta historia de la perversión, incluso subterránea, disparatada, y restituir esas "vidas paralelas y anormales"; de iluminar las metamorfosis de la mirada que la sociedad posa sobre lo que Georges Bataille nombraba su "parte maldita". Así Roudinesco marca la evolución profunda que se opera con el proceso de secularización y el advenimiento de las Luces: desacralizado poco a poco, el perverso deviene "objeto de estudio luego de haber sido objeto del horror". Ya no aparece más como un herético que dirige a Dios su desafío obsceno y monstruoso, sino como un individuo que transgrede el orden natural y las normas sociales. Insistiendo sobre los cambios radicales propios del siglo XIX, la autora señala así el triunfo de las concepciones médicas (sexología y criminología, en particular), que hacen del perverso un simple enfermo a curar.
"Homosexual" u "onanista", "travesti" o "exhibicionista", "necrófago" o "coprófilo": obsesionada por el control de los cuerpos, la nueva "biocracia" científica elabora las clasificaciones de las desviaciones que minan los fundamentos simbólicos de la sociedad, comenzando por las diferencias entre los sexos. Terminar con la perversión, tal sería aun hoy el proyecto de un cierto poder psiquiátrico. Ilusión vana: "Una sociedad que profesa un culto tal a la transparencia, a la vigilancia y a la abolición de su parte maldita, es una sociedad perversa", concluye Elisabeth Roudinesco.
Jean Birnbaum, para Le Monde (16.11.07)
(traducción para el blog, de Pablo Peusner)