(Reseña del curso “Introducción a la clínica psicoanalítica lacaniana con niños por el sesgo de los cuatro discursos de Jacques Lacan”, dictado en el Colegio de Psicólogos de la provincia de Buenos Aires, Distrito XI, La Plata, 2007).
Hemos extraído el asunto de nuestro discurso de este año de una etapa de la enseñanza de Jacques Lacan: se trata de la época en que, mediante lo que llamó “cuadrípodos”, intentó dar cuenta de las profesiones imposibles: gobernar, educar, analizar y hacer desear.
¿Qué motivo había para intentar su articulación, para mostrar su pertinencia con la clínica psicoanalítica lacaniana con niños? Quizás pueda fundamentarse el intento en un precepto de época y evocar aquí el olvido de la lógica de un discurso sin palabras en favor de cierto retorno al comportamentalismo y al biologismo; a un nuevo intento de reducción de la noción de sujeto; a un olvido de lo real propiamente psicoanalítico; a un modo de entendimiento de la posición del niño en el que resulta acosado por el rendimiento y el culto a la performance en el marco de la familia conyugal –aquella que transforma tanto la deuda simbólica en deuda económica, como la necesaria adopción en prueba de sangre–.
¿No hay acaso en la presentación de esos cuatro discursos un poderoso intento clínico que había sido históricamente descuidado en el psicoanálisis con niños? ¿Cómo no descuidarlo si el niño “era” el sujeto y sus padres o parientes quedaban fuera del consultorio, convocados siempre tarde en ocasión de algún desastre? ¿Cómo no ignorarlo si el analista dejaba de dirigir la cura para quedar cautivo de las intempestivas arremetidas parentales que vulneraban su política y presionaban sobre su táctica? ¿Cómo reconocerlo si sólo se cuenta con la lógica del “caso por caso” para escapar de la burocracia psicoanalítica?
Pensamos que dichos discursos constituían un valioso aporte a la comprensión de la dinámica de la cura de un niño e intentamos extraer de ellos –lo más rigurosamente posible– una matriz de lectura que nos permitiera acceder a esos casos que hoy se califican de “contemporáneos”. En estas coordenadas fue que nos propusimos “reinventar el psicoanálisis” a partir de algún aporte que fuera un poco más allá del comentario habitual de los textos, y que nos encontramos con algo que puesto a prueba durante todo un año, hoy hacemos público para que nuestros colegas puedan hacer de eso una crítica y, eventualmente, un uso.
Partimos de una revisión histórica de la escritura de los cuatro discursos que Jacques Lacan propusiera en su seminario acerca del “Envés del psicoanálisis”. Seguimos los aportes que sobre el asunto realizara en “Radiofonía”. Pero el corte surgió en el seminario acerca de “El saber del psicoanalista”, ese seminario sin número que nos permitió reencontrar a Lacan en la capilla de Sainte-Anne, aunque ahora “hablándole a las paredes”. Cuando en la sesión del 3 de febrero de 1972, los cuadrípodos pasaron a ser tetraedros y las aristas se vectorizaron, fue inevitable recordar una sugerencia del psicoanalista francés Marc Darmon: siguiendo los vectores, los discursos podrían considerarse como grafos. Esta sugerencia nunca había sido escrita y, por eso pensamos que tampoco había sido tomada muy en serio.
¿Acaso la consigna lacaniana de que cada analista debía reinventar el psicoanálisis no justificaba un intento semejante? Nadie se opuso y lo intentamos. Descubrimos que, efectivamente, siguiendo los vectores era posible construir un grafo que, si bien modificaba la presentación imaginaria de los consabidos discursos, no sólo permitía mantener constante las relaciones estructurales entre sus operadores –los que ahora pasaban a funcionar como vértices–, sino que se iluminaba cierto matiz temporal de su funcionamiento tornando visible una circularidad que la presentación anterior hacía difícil ver, incluso para los estudiosos más dedicados. Si la presentación canónica se apoyaba en el operador que ocupara el lugar del agente –lo que resultaba obvio ya de éste tomaba su nombre cada discurso–, nuestra nueva escritura permitía ver mucho mejor que era el lugar de la verdad el que tenía un lugar especial y hasta privilegiado en la estructura de los discursos: causa absoluta del grafo, permanecía inaccesible una vez que el circuito se ponía en marcha, determinándolo ya sea en el nivel del agente, ya sea en el nivel del Otro. Asimismo, resultaba notable el relevo que nuestro grafo ofrecía de ese triángulo negro que Lacan ubicaba en el seminario entre verdad y producción (o resto): ninguna flecha los unía en forma directa.
Para evaluar la pertinencia de una escritura tal, hizo falta utilizarla leyendo materiales clínicos. Y para eso, elegimos aquellos casos que se consideran “de actualidad”. No hubo sorpresas, ya que nadie esperaba lo que fue ocurriendo. Comenzamos verificando la necesidad de sostener hasta el final nuestra hipótesis del sufrimiento de los niños aportándole el dispositivo de la presencia de padres/parientes, el que preferimos opere con frecuencia fija. Así es que logramos establecer que para no llegar siempre tarde a las entrevistas con los padres y parientes de nuestros analizantes-niños, conviene considerar que el significante opera tanto en la anticipación como en la retroacción y que, entonces, esa presencia no es un real de la clínica psicoanalítica con niños sino el resultado de un dispositivo que se establece a partir de la comunicación de ciertas consignas iniciales.
Nuestro modo de lectura aportó un nuevo matiz para pensar la perversión polimorfa infantil: aquella bien representada por la dinámica del discurso analítico, en la que desde la perspectiva angustiada del Otro, lo real del síntoma esconde un saber que el analista tiene que lograr hacerse transferir. Aquí, sin duda, los parientes sufren de los niños, y su división subjetiva los obliga finalmente a confesar que no saben bien qué hacer, ya que la neurosis de transferencia espontánea que une a niños y padres, ha dejado de operar.
Ahora bien, estos casos contrastan con otros mucho más frecuentes: aquellos en los que el niño recusa la burocracia escolar negándose a funcionar como ilota del régimen y recuperando algo de su subjetividad mediante un síntoma aliviador. Aquí sí, el Otro sabe: sabe que hay que darle la pastilla y, si nos consulta, es para que arreglemos eso que no marcha, sin importarles de qué se trata (esas consultas no se diferencian mucho de la visita al service de electrodomésticos). Curioso relevo del amo, cuya verdad determina sin vergüenza el peso de un saber que, aunque calificado de “universitario” por Lacan, también opera en todos los otros niveles escolares.
¿Y si el que sufre es el niño? Porque también existe ese sufrimiento de los niños que leemos partiendo de su matiz subjetivo, el que introduce su pregunta por el valor que éste obtiene representa Otro: ¿qué tengo que no me quiere? o ¿qué tengo que me quiere tanto? Angustiados o melancolizados, estos niños hablan, juegan y dibujan dirigiéndose a un amo, en un intento por producir un saber que abroche algo de ese deseo del Otro y los tranquilice.
Si Lacan partió de una estructura discursiva que colocaba a la verdad en un lugar diferenciado, no fue nuestra escritura quien la quitó de allí, sino la suya propia: el 12 de mayo de 1972, en Milán, dando vuelta el primer término de su escritura canónica (e invirtiendo así uno de los vectores de nuestro grafo) metió a la verdad dentro del circuito para crear el discurso capitalista. Los efectos de esta escritura –que cuesta llamar “discurso” ya que vulnera totalmente las condiciones lógicas impuestas por Lacan para su establecimiento– están demasiado a la vista en nuestra vida cotidiana como para dedicarle gran espacio aquí: algunos son el apuro (y su concreción mediante el recurso a la medicación), el valor todo de la verdad y su exigencia de objetos, la inexistencia del Otro, la monetarización de la deuda simbólica, los nuevos modos de la familia, etc.
Lacan decía en “Radiofonía” que cada discurso necesita una impotencia definida por la barrera del goce... ¿cuál será, entonces, la del llamado “discurso capitalista”? He aquí una pregunta que ansiamos responder para que los niños encuentren algún lugar en lo que vendrá.
Para terminar y volver al clima del trabajo que compartí con muchos de ustedes durante todo el año, cito a Lacan:
“Uno de mis alumnos, que había asistido durante todo el año a mi seminario (...) vino a verme entusiasmado, hasta tal punto que me dijo que había que meterme en una bolsa y ahogarme (...), era la única conclusión posible para él (...).
Ya ven cómo son las cosas. Las cosas están hechas de extravagancias. Quizás este sea el camino por el que puede esperarse un futuro del psicoanálisis –haría falta que este se consagre lo suficiente a la extravagancia–”[1].
Entonces, creo que la articulación entre nuestra novedosa presentación de los discursos y la clínica psicoanalítica lacaniana con niños es pertinente, y por eso es que ya no me importa tanto que, para algunos, resulte extravagante si es que acaso por ese sesgo puede esperarse un futuro para el psicoanálisis.
NOTAS.
[1] Lacan, Jacques. “El triunfo de la religión”, Paidós, p. 77.