En el orden sexual no alcanza con ser, hace falta también parecer. Esto es verdad en los animales. La etología ha detallado la parada que precede y condiciona al acoplamiento: según la regla, es el macho quien avisa a su partenaire de sus buenas disposiciones mediante la exhibición de formas, colores y posturas. Tales significantes imaginarios constituyen lo que llamamos los “semblantes”. Se los ha podido valorizar también en la especie humana y encontrar en ellos material para la sátira. Para encontrar allí material para la ciencia, conviene distinguirlos de lo real que velan y a la vez mantienen: el real del goce.
Este no es el mismo para uno y otro sexo. Difícilmente localizable del lado femenino y, a decir verdad, difuso e insituable, lo real en juego está −del lado hombre− coordinado con un semblante mayor: el falo. De donde resulta que, contrariamente al sentido común, el hombre es el esclavo del semblante que soporta, mientras que −más libre en ese lugar− la mujer está más próxima de lo real;
Por cuanto, una lógica es posible, en efecto, si se tiene el temple de escribir así la función fálica, Φ(x), y de formalizar los dos modos diferentes, para un sujeto, de sexualizarse escribiéndose allí como argumento. Esta elaboración exige ir más allá de los mitos inventados por Freud −el Edipo y el Padre de la Horda (Tótem y Tabú)−; exige movilizar a Aristóteles, a Pierce, a la teoría de la cuantificación; exige elucidar la verdadera naturaleza de lo escrito, pasando por el chino y el japonés.
Al término del recorrido, se podrá dar el valor exacto al aforismo lacaniano “No hay proporción sexual”.
J-A.M.
(traducción PP)